Taxi

Sólo me permito llorar en los taxis
alejada de las miradas que no reboten en un retrovisor,
iluminada por reflejos de una luz cernida
a través de cristales manchados de vapores
o, tal vez, de otras lágrimas fugitivas.
Confesonario donde una nuca ciega escucha
la dirección de tus pecados
y la penitencia la marcan los metros recorridos.
Tropiezo con las arrugas de la tapicería de escay,
cielo del revés con nubarrones,
y pienso si seré capaz de terminar Ulises.
El manido volante imita a las manecillas incansables:
mi vida, por unos instantes, se ha posado en su girar.
El portazo, irremisiblemente, me devuelve
al principio o al final de esta carrera.
© Anabel

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