A él se le escapó la mano. No pudo contenerla, parecía tener vida propia. Le acarició la mejilla y le sentó como la primera calada tras una tarde sin fumar.
Ella notó en ese tacto mucho más que un simple gesto amable apartando un mechón de cabello. Cada terminación nerviosa de las yemas de los dedos le produjo un cosquilleo intermitente señalando el peligro.
—No.
—No.
Él entendió que se había equivocado. Aquella mano tendría que volver a las mismas caricias autocomplacientes de siempre.
© Anabel
Ja já, pobre mano…
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Pobre!
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Si es que no hay que hacerse ilusiones antes de tiempo.Muy buenoBesos
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Debería darle una oportunidad, ese cosquilleo…
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¡Vaya corte!…Yo lo volvería a intertar.
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Por cierto, tiene muy buena pinta lo que he podido leero de Historias de sujetadores. Mañana intento comprarlo y te cuento.Saludos
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¿Por qué sintió el peligro?Esto del sextro sentido. En fin.
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Siempre negando… eso no se dice, eso no se toca, eso no se hace…
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Breve y un poco ácido como los círculos lima que lo acompañan. Tajante \»no\», y no sé si autocensurado o simplemente decidido e inapetente (aunque intuyo lo primero con una pizca de los segundo)… Final sórdido y frío (me refiero a él que no al relato que deja abiertas mil puertas calientes y todo un mundo, o muchos mundos). Echaba de menos leerte, te echaba de menos :))Mil abrazos Cuentista!!Mar!
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No le gustó a ella? Por qué?O eso es otra historia?Te eché de menos el jueves. Estáis de un pilero.besicos
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Ay!! Cuando las manos se equivocan…mi beso
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